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Conoce el Ateneo

Decorando la techumbre del Salón de Actos del Ateneo de Madrid, se encuentra una de las obras más importantes de Arturo Mélida. Por encargo directo de los arquitectos del edificio, Luis Landecho y Enrique Fort, Mélida trazó una composición en alusión a la labor del propio Ateneo. Esta gran composición –en un gran formato ochavado– queda dividida en varias zonas que hay que ir analizando de manera individual a pesar de su acusado centralismo. Es llamativo el eje de la techumbre, donde bajo un templo griego –símbolo de la cultura occidental- sitúa a tres dioses del Olimpo: Apolo, Palas Atenea y Hermes.

El significado de Apolo es la nueva concepción de la luz en el hombre del siglo XIX frente a las ideas medievales, es decir: el hombre contemporáneo. El telón que a punto de caer se encuentra tras el dios, mostrándonos el Sol, está representando el propio Carro Solar de Apolo...

... quien se encargaba de recorrer el firmamento montado en el carruaje y con su velocidad expulsaría a la noche para situar al astro rey en lo más alto del cielo. La luz representa al “iluminado”, aquel hombre heredero de la Ilustración diocechesca que recibe la luminiscencia como símbolo del conocimiento, de libertad, aboliendo las teorías medievales de San Agustín donde la luz representaba la cercanía a Dios. Queda custodiado Apolo, por un lado, por la figura de Palas Atenea, quien representa a la sabiduría por la forma en que la diosa vino al mundo: nació directamente de la cabeza de Zeus, lo que la hizo sabia desde el momento de su venida; al otro lado Hermes, el dios mensajero, el encargado de difundir el mensaje, que aquí representa al propio Ateneo y la labor de éste como vehículo transmisor de cultura. En la base del templo una abigarrada decoración nos pone en contacto con el mundo oriental y más concretamente con Japón: dragones, el sol naciente, el ibis –símbolo de eternidad– los pinjantes rojos o simplemente las nubes, dan fe de la importancia que para el artista decimonónico tuvo el arte del extremo Oriente y que dio lugar a los orientalismos en el arte europeo, abriéndose fascinado a otras culturas por entonces tenidas como exóticas y que generaron una renovación en la concepción occidental. Culminan este templete nueve estrellas, como símbolo de la vida y en relación con el KI oriental.

Los tondos que encuadran este motivo central nos muestran a las diferentes Secciones que componían aquel Ateneo de 1884, un total de doce, simbolizando las 12 columnas. Las figuras femeninas, evocadoras y simbolistas con rotundos volúmenes en su anatomía, son deudoras de la ilustración gráfica, algo evidente en sus marcados contornos y dintornos y en las tintas planas que los inundan. También presentan una influencia oriental definida en la riqueza de sus ropajes, donde los motivos de brocados tienen entidad por sí mismos. Alegorías de la Literatura, las Matemáticas o la Elocuencia, separadas entre sí por vástagos palmeados y rematados con los escudos de los antiguos reinos que componen la actual España: Castilla, León, Aragón y Navarra.

Sin lugar a dudas estas pinturas murales destacan por su riqueza cromática, por su buen hacer y por su simbología que, más allá de las pinceladas que aquí hemos dado, guardan otras muchas entroncadas con la propia institución.

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